Desprovisto de
espiritualidad, el individuo está condenado a la intrascendencia
HUMANIDAD
XXI
Por
Miguel Grinberg
Pese al caos socio-económico-cultural que
impera en el mundo, fluye nítidamente (para quien se predisponga a discernirlo)
un manantial de vivencias trascendentales. Nada de ello puede definirse como
"sobrenatural", "paranormal" o "parapsicológico",
ni como "estado alterado de la consciencia". Se trata de nuestra
fibra espiritual suprema, hoy en vías de florecer sin condicionamientos, en un
mundo donde cada día hay más instituciones o sectas disputando la titularidad
de Dios, y más individuos agobiados por una trivialidad atroz.
Cada
ser humano, al nacer, es depositario de un potencial divino que raras veces
desarrolla en la medida entera de sus posibilidades. Algunos pocos individuos
logran llevar al máximo tal don natural, simplemente porque toda la cultura
moderna --y por consiguiente, toda la sociedad-- está orientada hacia
otras latitudes de la experiencia vital, en su mayoría periféricas,
superficiales, agónicas. Así, en la profundidad del alma humana, queda
enquistada una gema que se atrofia o aborta en cuanto a sus potencialidades
vivenciales, visionarias y transformacionales. Sabido es que todo órgano
--tanto físico como espiritual-- que no se pone en funcionamiento, termina
atrofiándose.
Otras
personas, fragmentariamente, por vocación, por circunstancias azarosas o por
leves atisbos de lucidez, llegan a transitar algunos senderos del conocimiento
profundo y perenne que se anida en nuestra especie. Ello les permite vislumbrar
el manantial supremo de la existencia, aunque sólo paladean fugaces gotas del
mismo: jamás se zambullen en su cauce. Demandas materiales, familiares o
sociales, acaban absorbiendo su atención, al punto de no permitirles ir más
lejos en sus intuiciones del cosmos íntimo.
La
multitud ni siquiera imagina semejante tesoro: vive hipnotizada por atracciones
que la mantienen en el territorio de la irrealidad, de las ficciones
disfrazadas de trascendencia. Buena parte de las patologías contemporáneas
emerge de tal desperdicio de energías generativas, que al no ser puestas en
acción, se malogran produciendo efectos ajenos a su raíz infinita.
Nada
de esto tiene implicancia "esotérica". Este término de origen griego
designaba doctrinas de misterios antiguos a los cuales sólo tenían acceso los
elegidos. Cuando dichas enseñanzas se comunicaban a los profanos, eran entonces
consideradas "exotéricas". Un maestro reservaba la enseñanza
esotérica para sus discípulos selectos, en tanto la exotérica era comunicada de
modo accesible en disertaciones públicas sin restricciones. Esta modalidad se
halla virtualmente en las grandes religiones tradicionales como en otros credos
de menor expansión.
El
Esoterismo, como doctrina o práctica espiritual, sostiene que la enseñanza de
la verdad --religiosa, científica o filosófica-- debe restringirse a una
cantidad restringida de iniciados, ya sea por su capacidad intelectual o por su
riqueza moral. Todas las religiones antiguas aplican tal diferenciación. En el Bhagavad Gita, libro magno del
hinduismo, se lee: "Si conoces toda
la verdad, guárdate de perturbar la
mente de quienes no están preparados
para recibirla, porque las enseñanzas inoportunas o prematuras los apartarían
de la acción en que sólo ven la verdad a medias y quedarían extraviados y
confusos". Este criterio también es aplicado por los teólogos
cristianos.
Al
remarcar con esto que no estamos hablando sobre un pasaporte hacia alguna
ciencia oculta, sino --en cambio-- sobre una sabiduría natural sumergida,
evitamos caer en el campo del Ocultismo (donde se agrupan todos los fenómenos
que no logran ser explicados por las leyes naturales) o del Hermetismo (surgido
de la sabiduría divina del dios Thot y de las enseñanzas de Hermes Trismegisto,
mítico rey del antiguo Egipto versado en la magia, la alquimia y la astrología,
cuyas obras --fusión de ideas egipcias y griegas-- se conocen como Libros
Herméticos).
Tampoco
situamos esta latitud del discernimiento en la órbita del Gnosticismo,
fragmentado en infinidad de escuelas y corrientes con interpretaciones
discordantes sobre la naturaleza de Jesús, la emanación, la redención y la
caída. Como se sabe, en griego gnosis
significa conocimiento. Los gnósticos fueron pensadores religiosos heterodoxos
en los siglos iniciales de la
Era Cristiana, con un conocimiento singularmente íntimo y
profundo de los misterios sagrados, oscilando entre el ascetismo y la
transgresión, desde las perspectivas religiosas tradicionales de esa época.
Ocasionalmente,
algunos observadores cargados de prejuicios (o carentes de información real),
ante 1) un neto rebrote de antiguas prácticas esotéricas, 2) el obvio
auge de nuevos movimientos religiosos, y 3) la fuerte expansión de una
corriente de pensamiento rotulada genéricamente como New Age (Nueva Era), las han mezclado peyorativa y calumniosamente
con el activismo de infinitas sectas milenaristas surgidas en el final de siglo
XX. No han vacilado --además-- en colocar en el mismo casillero tanto a
practicantes de las artes adivinatorias, como a seguidores del "fenómeno
OVNI", cultos evangélicos de corte diverso, escuelas de auto-conocimiento
y meditación oriental, terapias alternativas, movimientos ecologistas, líneas
de alimentación natural, gemas y otras heterodoxias, como si se tratase de un
complot pagano para negar la existencia de Dios, Cristo o la Virgen María.
Hacia finales de los años ’70, desde
Estados Unidos, comenzó a circular el concepto de Frontera Acuariana que, de
modo persistente y expansivo, desembocó en algo que hoy –a nivel mundial–
extravió su veta transformadora y pasó a ser un cóctel desnaturalizado (y por
momentos retrógrado) debido a la incursión oportunista de ávidos comerciantes y
pseudoprofetas de cualquier talante que inundaron las mesas de “auto-ayuda” en
las librerías. Ya en 1983, el futurólogo Michael Marien impugnó
estructuralmente el profetismo acuariano de Marilyn Ferguson, calificándolo
como “síndrome del arenero”, o sea, ese ángulo rectangular de la plaza pública
donde las mamás meten a sus bebés “para que no embromen”.
Marien puntualizaba que, si bien en el
mundo es deseable una transformación radical de valores, percepciones e
instituciones, ello está muy lejos de ser inevitable. Y frontalmente acusaba a
los peregrinos acuarianos de contribuir con su “síndrome del arenero” a
paralizar toda modificación que realmente diera una respuesta imaginativa a los
atascamientos espirituales, éticos y estéticos de la sociedad pos-moderna.
Decía: “El
síndrome acuariano del arenero consiste en una serie de conductas inducidas
para mantener a un individuo o a una organización en un estado pueril de
inocencia, contento con la construcción de castillos de arena, en vez de
hacerlo en la vida real, trabando una dinámica de crecimiento y fabricando
consuelos egocéntricos”.
No cabe duda que en ésas, como en otras
actividades más rutinarias de la vida moderna (política, sindicatos, derecho,
medicina o pedagogía) existen delirantes y falsarios de carácter surtido. Es
indiscutible que en el "supermercado espiritual" de los albores del
siglo XXI pululan grupos sectarios, totalitarios y oscurantistas del Occidente
tan materialista que nos toda padecer. Pero no se puede juzgar de manera tan
estrecha algo que en cierto modo comienza a configurar los temblores iniciales
de un inédito paso evolutivo de nuestra especie.
El
saber integrativo que nos ocupa, se denomina "holístico", a partir
del término griego holos (entero). No
se trata de un conocimiento acabado, completo, sino de una visión expansiva,
abarcadora. De allí la dificultad del cientificismo positivista o mecanicista
para comprenderlo: no se puede capturar lo inmaterial desde lo material, lo
infinito desde lo finito, lo eterno desde lo temporal, el misterio desde el
racionalismo.
Esta
nueva consciencia convergente de solidaridad universal posee, claro está, matices de religiosidad, no por inscribirse
en alguna Religión --pasada, presente o futura-- sino porque la expresión
latina "religio" proviene tanto de relegere (repasar) como de religare
(volver a unir).
Místicos
y espiritualistas de origen variado, en Oriente y Occidente, han transitado esa
"consciencia cósmica" que todo lo incluye y todo lo trasciende, con
rasgos de éxtasis o de beatitud. El doctor Abraham Maslow, de la Tercera Corriente
de psicología contrapuesta a la
Psicoterapia de Sigmund Freud y el Conductismo de B. F.
Skinner, se refirió a ello como estados
cúspide. Otras definiciones encaran la religión como una emoción intensa
basada en la captación de una armonía suprema entre uno y el universo, sin
adscribirla a un dogma a o una institución (decisión personal de cada
individuo). Durante el último cuarto del siglo XX se divulgó una Cuarta
Corriente terapéutica que incorporó las experiencias espirituales del
individuo, y ha conocido como Psicología Transpersonal. El psiquiatra Stan Grof
las situó en el plano de las “emergencias espirituales”, no como situación de
catástrofe sino como un manantial de vivencias trascendentales. Actualmente, el
filósofo Ken Wilber expresa un paso más adelante que sencillamente denomina
Pensamiento Integral
Nada
de ello puede definirse como "sobrenatural", "paranormal" o
"parapsicológico", ni como "estado alterado de la
consciencia". Se trata de nuestra fibra espiritual suprema, hoy en vías de
florecer sin condicionamientos, en un mundo donde hay cada día más
instituciones disputando la titularidad de Dios y más individuos agobiados por
una trivialidad atroz.
Actualmente, los cultores más triviales
de la Nueva Era
impulsan como meta excluyente el sentirse bien, el tener éxito, el realizarse
energéticamente (lo cual en sí mismo es inobjetable, excepto cuando se
convierte en un arenero). En esta latitud, muchos individuos suponen que si el
mundo se pudre, el problema será “de los demás”. O sea: practican simplemente
una especie de auto-hipnosis. Algo análogo sucede también en el terreno
ecológico donde muchos ambientalistas advierten sobre los peligros del
Recalentamiento Global y del Cambio Climático imperante, pero omiten que la
humanidad padece una pavorosa crisis surgida del hambre espiritual no
satisfecha.
Como de costumbre, las modas van y
vienen, dejando algunos bolsillos vacíos y otros más llenos. Mientras, la
violencia y la inseguridad social aumentan y la primera década del siglo XXI no
promete un Edén acuariano sino alguna de las arquetípicas y multipropaladas
pesadillas de ciencia-ficción a la manera de la película Blade Runner o de la novela Valis
de su genial guionista Philip S. Dick.
La indagadora social Ferguson
identificaba su inventario de influjos y propensiones como una “revolución sin
líderes”. Hoy su best-seller La Conspiración Acuariana se encuentra en las
mesas de saldos. El investigador Fritjof Capra trazaba a su vez los paralelos
entre la física cuántica y el misticismo hindú. El científico James Lovelock
aportó la Hipótesis
Gaia. Y su colega Rupert Sheldrake, la teoría de los Campos
Morfogenéticos. Varios lustros después, todas aquellas intuiciones –algunas
honorables, otras incompletas—han desembocado en un confuso y a ratos decepcionante
mega-mercado pseudo-espiritual. Con menos best-sellers y mucha nitidez, Miguel
de Unamuno señalaba el sendero: “Fe no es
creer en lo que vemos, sino crear lo que no vemos”.
En
todo momento de la vida inteligente hay dos macrotendencias: una hacia la
verdad, otra hacia la falsía. Una hacia la luz, otra hacia la tiniebla. Una
vez, el cineasta Federico Fellini comentó:
“Por cada uno que se proyecta hacia la luz, hay diez mil empujando hacia la
oscuridad”. Pero en el seno de la humanidad bulle aquí y ahora una
corriente convergente de solidaridad universal. Cualquier nombre que la rotule
es en última instancia insuficiente. La cuestión no consiste en aceptarla o en
negarla, sino en convertirse en ejemplos vivos de lo que debería ser una obra
suprema. Lo demás, es ruido, murmullo timorato en el bosque humano.
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Los libros más recientes de Miguel Grinberg se titulan Decrecer
con Equidad (Ed. Ciccus, en colaboración con Lucio Capalbo, Ezequiel
Ander Egg, Antonio Helizalde Hevia y Erwin Laszlo), y Mutantia 25 (anuario subtitulado "Nuestro Espacio Sagrado", Ediciones del Nuevo Extremo).